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Una noche el autor de este trabajo descubre que su cuerpo, al cual llama “el
sinvergüenza” no es de él; que su cabeza, a quien llama “ella”, lleva, además,
una vida aparte: casi siempre llena de pensamientos ajenos y suele entenderse
con el sinvergüenza y con cualquiera. (Notas para el Diario del sinvergüenza,
246)
"De corte más informal y con un discurso más desenfadado, el segundo número de “La Secta de los Perros” es una revista de formato más pequeño, con un diseño gráfico más pop, que nos recuerda a veces una novela gráfica. Se trata de una revista más “hipe”, donde se acogen voces heterogéneas sin otro norte que no sea celebrar el discurso literario experimental y paródico. Apretado en 27 páginas, podemos leer en este número, entre otros, el discurso paralingüístico de Aravind Adyanthaya, la ciencia ficción con escolios de Pedro Cabiya, la poesía homoerótica de Manuel Clavell, una crítica embriológica de Pepe Liboy, así como una deliciosa reseña sobre una película porno de Armando Cruz Cortés. Editan la revista Rafael Acevedo y Mara Pastor."
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Deambulando te quedas,
Verso,
Aleatoria
Caída de
páginas
Funámbulas
Balde de agua
Sobrevuela
Mi
ca
Beza
Lenturienta
Gotas ruedan
Poco a poco
Mito mal
ma
Nado
Bajan alas
Velocidad bala
Cera fundida
Camino hasta chocar con una muralla de sombras
(no de piedra ni de valores
abrazados)
Me tropiezo con un hilo, me quema
Está encendido de luz
dura
Me trago el hilo, y es lo único que tengo
En el estómago rode ado de
paredes que hacen eco
Empieza a tejerse una maraña de qué sé yo qué
cosa
Que mancha, vuelta ritmo, mi voz: quemadura
Mi voz quema, dura,
cuando sube por mi gargantuan
Tocada por hilos desteñidos
Quitar la tinta
me asusta tanto
Como el grito entrelíneas desdoblando la página.
Siempre que encuentre plumas al bajar la escalera,Cuando el buzón, vacío,
Añore ser el búnker de algún
sello,
Guardaré el
vestido de los pájaros
En la guarida de sobres
Y
esperaré, mecida, a que
la nada vuele
Y que me traiga, a cambio,
Una
tórtola de cartas.
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Un hueso nos recibe. Un hueso solitario sobre un fondo blanco. Un hueso huérfano. La Cannibalia es una ciudad amplia. No todo es carne y mandíbulas en Cannibalia. Cannibalia está llena de Calibanas: de mujeres que devoran. Ese hueso solitario que nos recibe es la parte por el todo. Un hueso sobre un fondo blanco. ¿Qué nos dice? Ese hueso perdido en la inmensidad del no color, de la ausencia del color, es un presagio de la mirada “suavemente caníbal”. Un oxímoron al que se le tiene que chupar hasta el tuétano. Una antítesis provocadora.
Si el hueso es la invitación a Cannibalia, es la parte del todo, cabe decir que la palabra Cannibalia en sí misma es un hueso. Si roemos la palabra Cannibalia y le chupamos el tuétano nos topamos con un asunto medular. Cannibalia está escrita con doble ene. En su atractiva encuadernación, minimalista y rockera, se escribe con doble ene. ¿Qué nos dice la doble ene?
¿Error tipográfico de la primera impresión de portada? No. La doble ene, la repetición tipográfica, nos dice precisamente que ésta es otra ciudad. Que Cannibalia instaura otro modelo de caníbal, o cannibal (con doble ene) en la cual el sujeto poético se autoexilia. Recordemos que el caníbal es la metáfora del colonizador, es el mito del colonizado, es la representación del sujeto que maldice en la lengua del amo, como en La tempestad de Shakespeare, que es a su vez la dualidad Calibán/Ariel, representaciones de la caribeñidad que bien han sido refutadas o abrazadas por los pensadores latinoamericanos a través del siglo XX. El caníbal bien ha sido el sujeto codependiente del que nos habla Mannoni, así como la víctima del complejo de superioridad al que nos remiten Aimé Césaire y Glissant, el caníbal es la metamorfosis de Ti Noel en cuervo de la que nos habla Carpentier, del esclavo cimarrón, Macandal el rebelado, pero en Cannibalia el caníbal es todo eso y más, un sonido mudo nos da la suma correcta, la doble ene nos dice que esta ciudad -que este caníbal -que esta metamorfosis es otra.
La Cannibalia está dividida en cuantro capítulos que son: Cuaderno Desatado, Cuaderno Suelto, Cuaderno Ciudadano y Cuaderno de los suburbios. Los cuatro libros son cuatro unidades que se complementan pero que a su vez poseen temáticas y estéticas internas.
El primer capítulo “Cuaderno Desatado”, comienza con el epígrafe de Estrabón. El historiador romano que contó cómo los íberos llevaban consigo un veneno para matarse antes de que los mataran es también la voz del que señala al caníbal, es la voz que lo nombra. He aquí una de las funciones de la doble ene: subrayar que el sujeto poético se percibe ciudadano y extranjero, como la voz en “Tipología”, poema que me sabe al cuento “La carne” de Virgilio Piñera en los versos que leen : “que significa ingerir partes del propio cuerpo a lo sumo” (12).
La voz que nos dice “qué me falta qué te sobra” señala que el extrañamiento hacia la ciudad no es un síntoma del extranjero sino también del ciudadano. El sujeto se autoexilia, evocando a Hannah Arendt, de su condición humana, a consecuencia del acto de ser devorado y devorar.
En el “Cuaderno Desatado” no hay pretensión de genealogía ni ansiedad por ésta, en el sentido en el cual la cita Bloom, (el escritor/ padre que escribe el texto/ criatura), sino que el sujeto poético nos acerca al Odradek de Kafka, personaje que en palabras de Zizek es la representación del líbido como el órgano, la cancelación del padre o peor. “Odradek is the worst as an alternative to the father” (Zizek, Lacanian Ink 24).
En el primer poema del libro titulado, “De los caníbales” el doctor Chanca, es decir cualquier doctor de cualquier tribu como calibán o chacazulo, hace cannibal al sujeto poético. Este poema reflexiona sobre la fragilidad de las palabras “lamentablemente aderezadas como especias”, por ende, se abstiene de delimitar las fronteras del discurso poético y advierte que éstas, como la carne cruda, pueden ser corrompidas.
El cuaderno está desatado, no tiene hilvanada una nomenclatura ancestral ni le interesa. El sedimento es otra cosa. Son los restos de una sociedad carcomida, tiempo y espacio cancelados que aluden al Cronos de Goya que se come a los hijos. Las instituciones oficiales, la familia, la cultura y el lenguaje conforman los temas de la primera parte:
Devorar al padre
¿Qué haría pues mirándole a los ojos?
Imponer la ley y medir la distancia del deseo
Será, quizás, mi labor
En la estación tardía. (13)
En el poema “Considerar honorable” el último verso “Devorar, entonces, la mirada”, es la aproximación al método, devorar los discursos, las genealogías, las instituciones, pero también devorar los espacios íntimos del sujeto poético, hasta que impere “el alba”, la plenitud de la luz blanca en la que descansa el hueso.
El poema “Esperando ala víctima” introduce el imaginario de la mujer cannibal, “esa lentitud de mujer fecundada”, que será mucho más que la conciencia poética de la invención de un mito. ¿Quién se come a quién? Es una de las preguntas recurrentes de Cannibalia. Este poema y el que lleva por título “Suavemente caníbal” representan a la caníbal devoradora de conocimiento, una nostalgia intuitiva como la de la Maga de Cortázar. La canibalización de la estructura amorosa en sí y la construcción de la relación eroticocarnal aderezada con especias sirve de alegoría del trabajo poético: cuya “mordida suavemente cannibal danza en el olor a biblioteca quemada” (28). Somos una cadena de mujeres que devoran. El poeta lejos de concebirse como artesano o alfarero del arte poético, se asume cocinero de los versos, la mujer, el poema, es el plato a degustar, pero sin embargo, la gesta antropofágica va más allá, pues en el momento en que la mujer muerde suavemente caníbal y se crea la relación “mujer/poema” los versos engullen no sólo al cocinero sino al que está invitado a la cena, es decir, al lector.
El segundo capítulo o libro, “Cuaderno suelto” es la construcción de la ciudad como libro y el libro, a la vez, como cabeza degollada cabeza parlante, la cabeza que piensa la cabeza sobre el cuerpo, el sacrificio de la cabeza, como expresan los versos del poema “talking head”. La lengua foránea y el tiempo son los motivos devorados cuyo denominador común será el tono cínico de los perros que le mordieron la mano a Diógenes Laertius.
En vías de explicar cómo visualizo este capítulo les daré una referencia posantropofágica. En el 2003, salió al mercado el filme experimental “O Cinema Falado” de Caetano Veloso. El devedé incluye el vídeoclip de la canción “O estrangeiro” (El extranjero), aludiendo directamente al libro de Camus con el mismo nombre. La canción de Caetano remite a la escena de la novela de Camus en la que el protagonista se ciega con el extraño reflejo en la playa, desencadenando la serie de eventos que producen el “extrañamiento” del que nos hablan los formalitas rusos. En el vídeo Caetano camina por la orilla de la playa, la Bahía de Guanabara, seguido por dos extraños personajes, una bailarina y un sujeto enajenado. Refiriéndose a la Bahía de Guanabara, Caetano cantará “Soy ciego de tanto verla”. Al final del vídeo, la última toma es la de las fauces de un perro llenas de colmillos, alegoría tropicalista inspirada en el manifiesto antropofágico de Oswald de Andrade. Sin embargo, la antropofagia es una alegoría lejana, una reminisencia del acto de devorar la ciudad. En una lectura postantropofágica, el caníbal es un extranjero, un sujeto extrañado del espacio previamente canibalizado, lleno de nostalgia por la carne devorada. Con el gusto en las mandíbulas, pero cansado de roer los mismos huesos. Digamos que el yo lírico del Cuaderno Suelto me recuerda al perro del vídeo de Caetano. Sin embargo, volvamos a las pinturas oscuras de Goya. Pensemos en el perro de Goya. Quizá esa imagen resulta más acertada. Quizá la mirada extraviada del enigmático y solitario perro de Goya nos acerca más al efecto del extrañamiento que expulsa al sujeto del propio libro:
Salgo afuera de este Libro
que de tanto nombrar hace desaparecer
a los que mienta (36).
En este capítulo, Cannibalia no es una exploración sobre el espacio interior de la ciudad. Cannibalia es el testimonio de un sujeto lírico solitario que, desde un suburbio, no inefable sino lo contrario, mira hacia la ciudad que ya ha sido devorada. La ciudad lo visita en forma de mujer y el poeta teniéndola en su territorio, aprehensible, como una ciudad contenida, la degusta extrañado, como a una “alacena de dolor” en la cual “lo único feudal del camino es la arena”.
El tercer libro el “Cuaderno ciudadano” es el tratado sobre la incomodidad del sujeto autoexiliado. La unidad más política del libro que evoca al Vallejo de “España, aparta de mí este cáliz” y de los “Heraldos Negros” provoca deliberadamente incomodidad en el lector, que conduce al reconocimiento de los límites del terror, de la guerra, de la injusticia, con un tono predominantemente sarcástico, como el que prevalece en poemas de crítica social como el Ten con ten de Palés al que evoca Acevedo en el poema “Morder a los comensales”:
Ñam ñam suenan las mandíbulas
mientras los siente comensales
escuchan a los filósofos cantar
la deshumanización del sujeto
y delirar sobre el cyborg
la nueva figura subjetiva
para el postre. (44)
El ciudadano incómodo poetiza sobre la deshumanización de la Cannibalia. En este capítulo del libro, Acevedo apuesta al rock como filosofía de vida. Aquello que en “Instrumentario” sabía a blues, hoy en “Cannibalia” es puro rock anárquico. Amin Dada, la alegoría al sujeto irracional, es la caracterización poética del antihéroe patético:
Oh! Uh! Ah!
El insaciable general
Devora estrellas de su uniforme
Oh, tan travesti de la paz y visionario (45).
El sujeto lírico del “Cuaderno ciudadano” carnavaliza a los mentados héroes de la guerra del terror y los reduce a nombres irracionales, “Amin Dada”, el “doctor Chanca”, que sólo son capaces de balbucear los sonidos del caníbal, estereotipo con el cual el impealista simplifica la cultura del colonizado.
La repetición (46) “es un espejo, un espejo, un espejo lento”, el delirio, y la demencia hacen que este capítulo sea difícil de catar, pues sólo un lector avispado degusta el sabor de la incomodidad, sin embargo, por ese mismo sentimiento provocado a través de toda la sección el “Cuaderno ciudadano” es el capítulo con más unidad poética, en el que la genealogía sí es una finalidad. La poética de la incomodidad, la poesía como elemento de catarsis ante la injusticia, colocan a Cannibalia en el panorama de poetas latinoamericanos como Dalton, Rocka, Lima, Vallejo y Lizalde.
“Cuaderno de los suburbios” es el ciclo de poemas que cierra el poemario y que trabaja la noción de mujer/ciudad/ y a la vez mujer/móvil mujer calibana, mujer espejo de otras mujeres, que devorando las fronteras, llega a esa zona elástica citadina de los suburbios. El sujeto extranjerizado de los cuadernos anteriores, el ciudadano incómodo, autoexiliado, sardónico, se refugia en el espacio íntimo de la introspección , tono confesional, bitácora del amor caníbal que le deja al lector el sabor vouyerístico del que está leyendo los versos de un ermitaño que escribe con el tono “suavemente caníbal”, oximorónico, dual antagónico del erotismo obsceno que a la vez no deja de ser estético, delicado, minimalista y rockero, como el hueso sobre el fondo blanco, pues conjuga en sí mismo toda la nostalgia por la carne y la tristeza del hambriento, como en el poema en prosa “Locus amoenus”: “Uso las manos para acelerar tu recuerdo, para emanar algún modo. Ven a jugar con mi puente levadizo- murmuro inútilmente” (65).
En el poema “Perros” , los perros que llevo en cada herida son como las nueve bocas de Cerbero, las nueve cabezas que hablan en nueve lenguas distintas que obviamente conducen al rock, con ironía, degollando el discurso que nos asume como otros y devolviendo a cambio una poética de lo que está en el tuétano, como la médula, “la miel de los huesos”.
Admiro a este poeta por la capacidad que tiene de armonizar lo incómodo con la nostalgia por lo amado, que a la vez es la esperanza del pan del hambriento, admiro la musicalidad delicada y selectiva del sujeto cínico. Admiro la capacidad cinematográfica y teatral de su discurso poético, la fuerza de esta voz, enhebrada con las tiras de la carne de Pedro Mártir, la capacidad de estos versos de despertar en el lector el complejo de Pierre Menard, y ser el espejo, el espejo, el espejo lento que engulle lo que menta para apalabrarlo de nuevo.
Este ensayo fue leído en la presentación del libro “Cannibalia”, de Rafa Acevedo (Ediciones Callejón 2005) el 15 de marzo, y como parte del panel “Escribir para nadie desde Puerto Rico”, en la convención de Latin American Studies Association, el 17 de marzo de 2006.
I
A ella le molestaba nunca haberse terminado Paradiso.
Le molestaban esas metamorfosis de ejecutivo a hombre que mira
la hora constantemente en el reloj de muñeca que voltea la cabeza y antes
Y antes de que la cabeza roce con la barbilla al otro lado ya ahí ahí
Posa los ojos de nuevo en la hora que son las cuatro y cuarenta y cuatro
Todas las veces que miras y él, en cambio, solo sabe mirar minutos
A ella incluso el ejecutivo que era como decir hombre molesto en el reloj
Le decía que no se moviera mucho que lo que quería era que lo viera
A través del escorzo
Era otro hombre
Era otro hombro ella se dijo
Aquel por encima del cual la miraba Lezama.
II.
Con el tiempo descubrió
Más cuchillos en el pavimento
Más filos inesperados en la hoja que sobrepuebla las esquinas
Las esquinas que se ven desde la ventana
Si prefieres
III.
Érase un poema en una mujer huntado
Éra toda la profundidad en una línea viscosa
Mi coordenada es hiedra
IV.
Mandémolos de nuevo en una caravela crujiente
De nuevo mandemos a los que llegaron de frente
Mandemos con ellos
V.
En algún momento dormiré
Siempre me digo arrastrada en este campo minado
El mar de letras que en cada colmillo espanta
A los que mienta
VI.
Que sea la última vez en que le miras
El culo a un cuerpo muerto
VII.
El susto ya pasó:
la mecha en el galillo púrpura
es la sangre que acumulada en
los primeros versos te a-
pacigua