domingo, octubre 01, 2006

Tras el espejo (fragmento)
El escritor se organiza en su texto como lo hace en su propia casa. Igual que con sus papeles, libros, lápices, carpetas que lleva de un cuarto a otro produciendo cierto desorden, de ese mismo modo se conduce a sus pensamientos. Para él vienen a ser como muebles en los que se acomoda, a gusto o a disgusto. Los acaricia con delicadeza, se sirve de ellos, los revuelve, los cambia de sitio, los deshace. Quien ya no tiene ninguna patria, halla en el escribir su lugar de residencia. Y en él inevitablemente produce, como en su tiempo la familia, desechos y amontonamientos. Pero ya no dispone de desván y le es sobremanera difícil desprenderse de la escoria. De modo que al tener que estar quitándosela de delante corre el riesgo de acabar llenando sus páginas de ella. La obligación de resistir a la compasión de sí mismo incluye la exigencia técnica de hacer frente con extrema alerta al relajamiento de la tensión intelectual y de eliminar todo cuanto tiende a fijarse como una costra en el trabajo, todo cuanto discurre en el vacío y todo lo que quizá en un estadio anterior se desarrollaba, creándola, en la cálida atmósfera de una charla, pero que ahora queda atrás como algo mustio e insípido. Al final el escritor no podrá ya ni habitar en sus escritos.


Theodor Adorno, Minima Moralia: reflexiones desde la vida dañada.
Joaquín Chamoro Mielke, traductor. Madrid: Taurus, 1987: 85-86

1 comentario:

  1. Lo demás es nueva trova... La definición de un beso malvado a la soledad. En las islas, por supuesto, la soledad, puede centuplicarse. De igual modo, los amontonamientos sobre la mesa de trabajo o la página. Eso que por ahí dicen del lugar común, el color local y los clisé de los top ten. Bienvenida de vuelta.

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