sábado, agosto 25, 2012

Dice Yara que el trébol no sabía


esta historia comienza destruida,
empieza luciendo el polvo
como una capa fabulosa de vaticinador televisado.
se abrocha los pantalones mientras le miro
en mi absurda pose de: ajá, sí, cuéntame.

el texto
como dice que mi maquillaje le destroza su capacidad
de rendirse ante el panorama aguacerado
en que se sumió el día,
me lee un poema de leopoldo panero.
lloro profusamente.
cuento las gotas que caen al balcón.
el gato sonríe. yo pienso que lo hace.
nos miramos con tono decaído.

el gato sonríe una vez más.


Yara Liceaga, "El trébol que no sabía que tenía la cuarta hoja llena de hormigas bravas".

sábado, agosto 11, 2012

El vecino excava en el pasillo.
Cuando a los doce minutos cambia el nombre.
El agua o yo.
Afuera ni adentro.
Cada cosa en su no lugar.
Escuchar la casa.
Brote o derborde.
Comer semillas.

viernes, agosto 10, 2012

-->

Moho

Los carros de mi casa tenían los retrovisores pegados con silicona
porque no había dinero para repararlos.
Los espejos fragmentados como en un rompecabezas mal hecho.
Cuando mirabas por ellos veías a conductores ebrios, mujeres golpeadas,
adolescentes maquillándose, niños olvidados en los asientos traseros,
parejas camino a los moteles o a la iglesia, asesinos vestidos de empresarios,
veías monjas serias que miraban hacia el frente,
al vecino evangélico gritándole a la esposa,
yerberos capsuleando, novios recién casados, ambulancias,
músicos camino a los conciertos en el anfiteatro,
transacciones de droga, de armas, de huesos,
veías plátanos verdes traídos de dominicana
y piñas gigantes más dulces que la miel,
veías volkys de colores, los contabas y poco a poco desaparecieron,
veías cañas de pescar, tablas de surfear,
las varetas de madera con las que enmarcaba el padre
y que los amiguitos de la escuela llamaban escopetas,
veías  a los policías que querían multarnos por ir rápido, por ir lento,
por ir con los retrovisores rotos pegados con silicona,
veías la heroinómana en el semáforo que se quedaba pidiendo monedas
cuando los carros mohosos  aceleraban para llegar a la casa,
a la escuela, a la universidad, al trabajo.
Retrovisores rotos, movilidad enmohecida por el salitre
mar por todas partes, reflejo de fractal en aguacero,
posibilidad de yunque, de ave costeña, de yagrumo,
de flamboyán como hemorragia del camino.
En los carros mohosos de mi casa se hicieron pequeñas revoluciones
amorosas y escolares, pronuncié correctamente la palabra periódico,
conduje rápido por las autopistas y la ruta panorámica,
me escapé al grito de Lares y a veces vi fantasmas,
en los retrovisores de los carros mohosos
vi los ferrocarriles dándole la vuelta a la isla
y los rostros de la gente asomados por las ventanas de los vagones
sin que nadie se quejara de no tener aire acondicionado,
vi a mis tíos sin cinturón yendo por la número uno
antes del accidente que hizo llorar tanto a mi madre
y a mi abuelo subiendo la ventana automática
como si fuera  un gran adelanto para la familia.
Porque el pasado de esta isla sólo puede verse en un retrovisor roto con espejos mal pegados: recuerdos enmohecidos que están más cerca de lo que parece. 



Poema en la antología Plomos: San Juan, Atarraya Cartonera, 2012.