POR EL OCÉANO
En altamar la mendicidad no existe,
no hay bastardos en una zona como esta
donde el firmamento llega de trasmano;
las historias son metálicas y sin elocuencia,
en cambio en tierra
siempre aflora la brillante amenaza del subsuelo;
en cambio en tierra
después de unos preliminares moteados de leche
y otros preliminares donde lo hacen cimbrar
con relatos de cobardes golpeados con toalleros
sale el hombre a fundirse con su imagen de oveja barcina
y agota con el oficio de sopesarla vida de una o dos colonias de peces.
En altamar la mendicidad no existe
pero en tierra sólo por error se llega a descubrir
que el sitio de los maestros es demasiado áspero.
Y ellos, los maestros,
retirados por la cirrosis y la ubicuidad,
se sumergen seguros de que en algún punto del océano
volverán a salir hinchados y todavía reconocibles.
En esos días perfectos que nadie envidiaría
se escribe la superioridad del hombre sobre la medusa;
nuestra cobardía tentadora como el bucle de un niño
es sin embargo diez dedos más palpable
que esas manchas aerodinámicas de acero y agua que a la larga
el sol hace apestar sin leyenda previa.
Días perfectos para hombres,
niñez carente de religión para los peces o viceversa,
a ambos los separa la única franja de tierra aun no cultivable.
En el océano la mendicidad no existe,
los hombres van a mitigar su miedo en el abrevadero de los pinos.
MULOS Y CABALLEROS
En el fresco y sombreado recinto de los coros
donde entrar no es propiamente un riesgo,
unos entran haciendo sonar las botas en la madera que no cruje,
calafateada hasta sus últimas consecuencias,
los otros ven como sus cabellos mojados
se erizan y se curvan tratando de llegar al compás;
en el fresco y sombreado recinto de los coros
ser cínico es tan útil como enamorarse,
al sonar el tenue rugido de la liebre mecánica,
y una vez trazado el ábaco en un cuadro de tierra
seca y brillosa y eficiente durante tres generaciones,
partimos dispuestos a una carrera sin sudor ni azagayas
y algo como un vaho de serenidad nos observa y nos quiere
y nosotros respiramos la vida como un ábaco.
En el vértice de las frescas y sombreadas manipulaciones
todos nos miramos nos atendemos,
en busca de un compadrazgo o de un cántaro de agua
pasamos mulos o caballeros, esto no se decide al azar,
pasamos a los dos papeles posibles para el hombre,
pacientes como puede serlo la resina.
El día tratará de girar hacia dos direcciones;
busco que cese el horario de la paciencia nata,
busco que algo me bendiga,
porque el hombre niño es una larva a medias,
un hombre que espera es siempre un hombre de dos caras.
Omar Pérez López. En la antología Retrato de grupo, 1989.
En altamar la mendicidad no existe,
no hay bastardos en una zona como esta
donde el firmamento llega de trasmano;
las historias son metálicas y sin elocuencia,
en cambio en tierra
siempre aflora la brillante amenaza del subsuelo;
en cambio en tierra
después de unos preliminares moteados de leche
y otros preliminares donde lo hacen cimbrar
con relatos de cobardes golpeados con toalleros
sale el hombre a fundirse con su imagen de oveja barcina
y agota con el oficio de sopesarla vida de una o dos colonias de peces.
En altamar la mendicidad no existe
pero en tierra sólo por error se llega a descubrir
que el sitio de los maestros es demasiado áspero.
Y ellos, los maestros,
retirados por la cirrosis y la ubicuidad,
se sumergen seguros de que en algún punto del océano
volverán a salir hinchados y todavía reconocibles.
En esos días perfectos que nadie envidiaría
se escribe la superioridad del hombre sobre la medusa;
nuestra cobardía tentadora como el bucle de un niño
es sin embargo diez dedos más palpable
que esas manchas aerodinámicas de acero y agua que a la larga
el sol hace apestar sin leyenda previa.
Días perfectos para hombres,
niñez carente de religión para los peces o viceversa,
a ambos los separa la única franja de tierra aun no cultivable.
En el océano la mendicidad no existe,
los hombres van a mitigar su miedo en el abrevadero de los pinos.
MULOS Y CABALLEROS
En el fresco y sombreado recinto de los coros
donde entrar no es propiamente un riesgo,
unos entran haciendo sonar las botas en la madera que no cruje,
calafateada hasta sus últimas consecuencias,
los otros ven como sus cabellos mojados
se erizan y se curvan tratando de llegar al compás;
en el fresco y sombreado recinto de los coros
ser cínico es tan útil como enamorarse,
al sonar el tenue rugido de la liebre mecánica,
y una vez trazado el ábaco en un cuadro de tierra
seca y brillosa y eficiente durante tres generaciones,
partimos dispuestos a una carrera sin sudor ni azagayas
y algo como un vaho de serenidad nos observa y nos quiere
y nosotros respiramos la vida como un ábaco.
En el vértice de las frescas y sombreadas manipulaciones
todos nos miramos nos atendemos,
en busca de un compadrazgo o de un cántaro de agua
pasamos mulos o caballeros, esto no se decide al azar,
pasamos a los dos papeles posibles para el hombre,
pacientes como puede serlo la resina.
El día tratará de girar hacia dos direcciones;
busco que cese el horario de la paciencia nata,
busco que algo me bendiga,
porque el hombre niño es una larva a medias,
un hombre que espera es siempre un hombre de dos caras.
Omar Pérez López. En la antología Retrato de grupo, 1989.
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