Antes de la prometedora cita, alcancé a ojear las colecciones de Norte América, México, Egipto y Grecia. De la de México, quedé prendada de una vasija en jade con forma de mono que se usaba en la Isla de los Sacrificios en el Caribe mexicano. De la de Norteamérica, de unas capas térmicas hechas con piel de foca. De la egipcia, de la piedra Rosetta, por su puesto, ese aleph de las lenguas. De la griega, de la joyería de oro labrada con representaciones de Eros para procurar la seducción y, sobre todo, de una escultura de Afrodita en cuclillas en un instante en que es sorprendida lavándose la espalda, desnuda, con el rostro sorprendido. Sus pies, sin embargo, no guardaban las proporciones de los clásicos. Sus pies eran dos lanchas de piedra carnosa.
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