Las balas se lanzan furibundas sin destino, aunque lleven puntas ensangrentadas. Cuando esto pasa, los relojes en el suelo enterrados florecen tiempos extras. Es como desasir, me dice una saya llena de caricias, lo que ha estado ceñido con fuerza entre las manos toda la vida. El resto, se va por lo mojado, y aparece al otro día enhebrado en la arena. Oloroso, el pánico se acerca. Una gota de hielo que de vez en cuando deshoja una vela. Los pianos de cola se construyen primero que los edificios, nacidos de redor. Al tocarlos, te matan, suele decirme con el ceño fruncido que a la vez equivale a un suspiro de placer. Luego, mira hacia al frente, extiende su brazo hacia la derecha, como para guarecerme, y exclama ¡la muerte! ¡la muerte! En esos momentos, sé que sobreviviré acribillada.
En Epílogos del libro "Alabalacera", página 54. Terranova Editores (forthcoming, 2005)
Ilustración de Eduardo Galeano, pag 18 en "El libro de los abrazos", siglo 21 ed.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
palabréame