Enero, 2005. José María Lima, en conversación con Mara Pastor sobre los poemas “Dispuse las distancias a tiro” y “¿Qué trueno maldito de antemano,” de La sílaba en la piel, Qease, 1982.
martes, noviembre 29, 2005
Cuando la muerte acecha
domingo, noviembre 27, 2005
Donde miente la verdad
me renombra. Yo no soy un nombre.
La calle está limpia de hojas.
Perros deambulantes invaden el parque.
Mi patio trasero no podría ser
más hermoso
que las sombras que diferencian
entre lo que dices
y el escape de las sombras
detrás de las palabras.
Sol y sombra.
Verdad que soy amado.
Se dice que el perro guardían
nunca morderá
a menos que el silencio lo llene.
Cierto, no soy amado.
Escucha lo que dices.
Vigila la sombra.
Te cubre la boca.
¿Quién te enseñó a abrir la boca
en contra de la caricia de una
sombra inexacta?
No puedo imaginar una lengua
sin una boca para mentir.
Mintiendo en tu boca.
sin una boca para yacer.
Yaciendo en tu boca.
sábado, noviembre 26, 2005
Tres días después
Colaboración de Resultados Severina para Ohdiosas
Comenzaban a sangrarle las muñecas. Como al principio la alimentaban como si fuera una niñita, sus fuerzas habían comenzado a minar al punto de sostener la cabeza en alto solo por costumbre. Dormía en aquella silla, a la cual estaba atada. Comía y le desparramaban agua por los labios, para que ella se relamiera igual que un perro. A veces era jugo, otras, cuando estaban decididos a mortificarle la existencia, cerveza. Una semana era suficiente para reconocer que Gustavo y Nicolás decidían las cosas allí. Ella tendría que acatar las directrices.
La muñecas le dolían porque no soportaba el olor que expedían su ropa y su piel, y había intentado zafarse, tarea que le fue inútil. Una semana sin levantarse a nada. Estaba atada a la silla por las piernas, y las manos amarradas por detrás del espaldar. En aquel sótano las ratas jugaban con sus dedos y se trepaban hasta sus muslos. Le comían partes del mahón, que de no ser tan ajustado como era, hubiese permitido que entraran a morder sus genitales. Estaba convencida de que las ratas eso querían, y se había programado a pensar que sus lomos peludos no le producían risa cuando rozaban su abdomen o su cintura.
Cuando Nicolás, que era quien le llevaba la comida, entraba y prendía la luz, siempre espantaba las sabandijas de la cara de Wanda con unos sonidos que parecerían que animaban a un infante a voltearse en la cama. Mientras, las alimañas caminaban por el cuello y subían hasta meterse entre su pelo. A veces, algunas cucarachas le entraban al oído (momentos en que ella sacudía con fuerza la cabeza y gritaba como si su pecho fuera una muralla orgánica que se comprimiera para propulsar un aullido que forzara las paredes a no absorber el ímpetu de su voz).
Era inútil, Gustavo sabía que de allí no saldría ni un suspiro. El sótano estaba preparado por él y por Nicolás para que no saliera ni siquiera el recuerdo de un bisbiseo por la puerta para afuera, reforzada para retener el sonido.
-Hoy vas a morir- pronunció Gustavo, agarrándose, apretando con movimientos cada vez más pronunciados el tiro del pantalón. Le escupió la cara. Volvió a escupírsela. A la cuarta vez ella respondió escupiéndole una cigarra que llevaba en su boca hacía unos minutos, y que le había hecho producir tanta saliva que ahora se derramaba por la camisa hedionda y maltrecha. Le llegó a dar sobre el bolsillo de la camiseta, y quedó pegado como un broche grotesco y baboso.
-Ni para escupir sirve ésta- voceó Nicolás que entró abruptamente, justo en el momento en que Wanda le escupía el animalillo a Gustavo. Los dos rieron comos si estuviesen en una reunión de amistades que se reencuentran para restregarse los triunfos en la cara.
Wanda conocía demasiado bien a Nicolás y a Gustavo como para entender desde el primer día encerrada que moriría de la peor forma. Tres días después de habérselos tirado, había recibido frente a la puerta de su casa una lengua de vaca cosida a unos testículos de toro, adornado por heces de ternera, según él le informara cuándo ella lo confrontó, y un pedacito de felpa rojo simulando un corazón mal recortado sostenido por tachuelas. Lo había situado entre la lengua y el testículo, de manera que parecía que era el corazón lo que los ataba.
Esa creatividad la desquició. Sabía que Nicolás estaba al tanto de Gustavo, y Gustavo no tenía duda de que también Wanda se acostaba con Nicolás. Por eso, el obsequio, lejos de parecerle desagradable, le fascinó.
A ellos esa fascinación les importaba poco. Habían decidido que sería ella con quien probarían primero. Después, no escatimarían en género, raza, edad, ni mucho menos posición social o religión perteneciente. Tomarían cuerpos, eso era todo. Cuerpos en situaciones extremas, eso les gustaba. –Cuerpos en Situaciones Extremas, así con mayúsculas todas, así yo comenzaría el programa, que tu creej Wandi, ¿te atreves a ser nuestra primera participante?- le dijo Gustavo, acercando la pistola de Gotcha al hombro derecho de Wanda.
Ella miró a Gustavo derrotada, aunque él interpretó esa mirada como un desafío y disparó. Una mancha verde se esparcía como un moretón vegetal que explotara y botara su color. Wanda no sintió su brazo, pero el brazo seguía ahí. –Oye, qué pasaría si le tiramos una de color chinita al estómago, tu crees que vomite, déjame a mí Gus, me toca ahora- exigió Nicolás, que, cambió el color de las bolitas y apuntó al estomago de Wanda.
Cuando disparó, Wanda devolvió lo único que le quedaba en el estómago: bilis. Mientras Nicolás y Gustavo reían desternillados, Wanda se preguntaba qué cosas les haría, si lograse escapar de ese juego perverso en que la tenían encerrada. Un juego, es un juego solamente, se repetía como un mantra, y comenzó a reír también. La risa se le ahogaba en la saliva con bilis que le salía hasta por la nariz.
Como los movimientos eran un poco bruscos, Nicolás y Gustavo pensaron que Wanda estaba convulsando, y les pareció maravilloso. Se felicitaron uno al otro, y comenzaron a describir la escena tal y como hubiesen hecho en un programa televisivo, que era el fin o el norte de la idea de Cuerpos en Situaciones Extremas.
Notaron que no eran convulsiones, sino Wanda, echando al aire carcajadas como besos al público.
Nicolás fue el primero en demostrar su enfurecimiento. –Tu quieres reírte, cabrona, ríete ahora- gritó Nicolás agarrando unas tijeras y cortándole un pedacito de oreja a Wanda, que, a pesar del dolor insoportable y las lágrimas involuntarias, reía aún más fuerte. Wanda no paraba de reír, mientras de su oreja manaba una viscosidad bermeja que bañaba su cuello.
Gustavo, más perverso aún, se bajó a sobarle las piernas. Le subió los mahones hasta las rodillas. Tomó un lápiz mecánico en la mano, y le sacó la puntita. Con el lápiz, comenzó a hacerle boquetitos a las piernas, rápido a veces, lento otras, dependiendo de la risa de Wanda. Pero ella no paraba de reír.
Aunque apestaba a orín y a mierda, Gustavo y Nicolás encontraban a Wanda atractiva, siempre. –Te suelto si me lo mamas- propuso Gustavo al ver que ella seguía muriéndose de la risa. Ella no hablaba, solo vomitaba entre risa y risa unos líquidos que Nicolás ni Gustavo sabían qué demonios eran. La agarró por el pelo. Salieron volando tres cucarachas que se pegaron de la puerta.
Nicolás, se abrió la bragueta antes de que Gustavo terminara de sacar su mano del pelo de Wanda. –No, cabrón, yo primero, fui yo el de la idea- dijo Gustavo como si la presa fuera Nicolás en su ansia depredadora.
–Mere, cabrón, estate tranquilo, que tú sabes que quien tuvo la idea de traerla fui yo, así que quítate- respondió Nicolás, furibundo.
-¿Y ésta es tu casa, cabrón? ¡‘Tate quieto, cabrón!- contestó Gustavo, asestándole un golpe con el puño en la cara a Nicolás.
-Mere, mamabicho, estate quieto tu hijueputa- gritó Nicolás reponiéndose y brincándole encima a Gustavo al mismo tiempo.
Cayeron al piso. Aplastaron una rata que chilló, y su estridencia se confundió con el falsetto en que se había convertido la risa de Wanda. Con el lápiz, Gustavo logró explotarle un ojo a Nicolás. Esto fue lo único que detuvo la risa de Wanda, porque le cayó sangre a la boca, del ojo de Nicolás. Como el arma de Gotcha estaba cerca, en un momento de descontrol, Nicolas logró agarrarla, y con la fuerza de un desquiciado le dio tantas veces a Gustavo que su cara quedó irreconocible.
Estaba muerto. Nicolás gritaba, mientras las ratas corrían de un lugar a otro de la habitación. Wanda había quedado lela, babeando y sangrando la camisa.
-¡Wanda, puñeta, ayúdame, que se me está nublando todo, siento que se me va el aire, ayúdame coño!- chillaba Nicolás, que le movía la pierna sangrante a Wanda, pero ella no reaccionaba.
De tanto moverse Wanda sintió la soga que le ataba las manos ceder. Eso la trajo en sí. Nicolás parecía un loco revolcándose por el suelo, arañándose la cara, tirando patadas que de vez en cuando le daban en el torso a Gustavo.
Wanda con parsimonia, sin quejarse, se fue soltando las amarras poco a poco. Miraba a Nicolás con cierta ternura. Cuando pudo levantarse se desplomó. Muy lentamente se volvió a incorporar.
-Ustedes no saben jugar, se supone que nadie muriera, ésa era la condición, estúpido- profirió Wanda como un niño cruel que empuja a otro al que le dice feo frente a todos. – Por la broma del la lengua pegada a los cojones pensé que ustedes sabrían hacerlo bien, pero ya veo que son unos imbéciles.
Los miró con una sonrisa sardónica, junto saliva en su boca, y dejó caer una gota robusta sobre Nicolás, que había parado de moverse. Ella sí sabía que él era hemofílico.
Cerró la puerta a sus espaldas, y salió como pudo.
viernes, noviembre 18, 2005
Carcomiendo siete poros
1.
Con el tacto de unas yemas
entrenadas a tu risa, te describo
Paseo entre las células muertas
de tu piel y guardo cinco puntos
de silencio. . . . .
2.
Palpo las pequeñas partículas
de tus pensamientos que, a decir verdad,
gruñen como gotas que brotan por un sí,
siendo mis peores enemigas.
3.
Aire caliente fríe mis pensamientos
teñidos de fiebre escarlata
Una turbina de avión retumba en mis oídos
Se me sonroja el rostro
Los poros de mis estreses meridianos
jadean como gato en el medio del desierto
4.
Escojo la muerte chiquita
Marearme quiero por un segundo
Olvidarlo todo
5.
Segrego los últimos fluidos
Me preparo para la oxidación
de mis secuencias afónicas,
para la transmutación a otra
voz melódica, como la primera
6.
No tengo gata
No tengo a mi amor tampoco
Busco razones para sentirme culpable
Y no quiero ser católica
7.
Pido la epidural
Cancelo el dolor, como todas
No quiero darme cuenta de
que llevo los poros ahogados
martes, noviembre 15, 2005
Un corazón en invierno
La belleza del esposo.
Fue la belleza.
Un telefonando en una casa vacía.
Quedan frases para aceptar.
Como en las películas,
todo puede cifrarse en dos o tres cosas
por una cuestión de elegancia y economía:
“Pedís mucho”,
“presionas”,
“otros estarían contentos
pero yo no”,
“la cara que puse cuando
vi el lugar”.
Un corazón en invierno.
La mujer se pinta los ojos,
se pinta los labios,
se ata el pelo frente al espejo.
Besa a Maxim cerca de la boca.
De espaldas marca un número de teléfono
y después, maquillada y trágica,
hace una escena en el restaurante.
Nos miramos cuando agarra al
hombre de las pelotas,
por debajo de la mesa,
furiosa.
Paramos la película, sin tocarnos.
No hace más que repetirme:
“Ellos, ellos están enamorados
en la vida real”
Lupe Arenillas nació en Buenos Aires, Argentina, se crió en la Patagonia y pasó los ’90 en Madrid. Es traductora de inglés. Actualmente hace su doctorado en la Universidad de Notre Dame.
lunes, noviembre 14, 2005
No conseguirás un autógrafo
Por Sam Merissan, traducción de Rafah Acevedo
Professor Adamski contaba que en el pueblo al oeste de la montaña amarilla los hombres tienen cara de camello, ojos inyectados de sangre y lenguas negras. Ellos quieren invadir a Olin, en donde, en medio de un portentoso palacio de topacio, se le rinde culto al rey. El rey ha muerto hace ciento cuarenta y ocho años pero los filósofos que lo custodian lo tienen bien cuidado. Los guardias eran soldados pero con el paso del tiempo se han hecho sabios en las artes de la sabiduría.
Si al correr del año ´52 te quedabas corto de gasolina y tenías hambre hacías una parada en BBQ Burgers. Al sur de Mount Palomar estaba entonces el telescopio más grande del mundo. George preparaba las hamburguesas más grandes del mundo. En sus ratos libres se conectaba telepáticamente con los venusianos. Ellos les relataban la historia de sus puebos. Al principio George se lo contaba a Mary Kay pero ella se hartó de ¨sus estúpidos cuentos¨ y se marchó con Bill. Una pena porque ahora sería una celebridad rubia al lado de un hombre tan anodino. Decenas de personas cruzan el desierto para escucharlo y entrevistarse con él. Su foto ha estado en los periódicos.
Professor Adamski, where are they? En venus, contesta invariablemente, mientras le da vuelta a la carne y mira que las papas fritas no se quemen. Su delantal tiene extraños signos azarosos de ketchup y mostaza. Se seca el sudor de la frente y acomoda sus espejuelos. Prepara tres hamburguesas con cebolla incluída. ¨Quieren alertarnos sobre el peligro de las bombas atómicas¨. Son pacíficos los venusianos? Bueno, ellos...¨Where is my fucking Coke, you fucking freak?! interrumpía un camionero desconocido.
Los miércoles en la noche (el jueves es su día libre) Professor Adamski y algunos discípulos van al desierto. Miran al cielo y tratan de hacer contacto con las señales del sistema solar. Pero sólo George Adamski logra comunicarse, maldita sea. Harry dejó de beber para estar sobrio el día que llegaran las naves. Después de tantos años su aliento todavía huele a alcohol. Kyle trae su Biblia porque está seguro de que Cristo llegará pronto. Sospecha que el rey en el palacio de Topacio es Él. Jane acude porque está sola en el mundo.
Los jueves, cerca del mediodía, regresan a BBQ Burgers. Ocupan una mesa y George se convierte en Professor Adamski. Relata con lujo de detalles todo lo que los venusianos le han contado. Los tres discípulos todavía despiertos asienten. Yo sabía, dice Harry. Jane está un poco triste porque ahora tiene que esperar al próximo miércoles para que haya algo importante en su vida. Where´s my fucking beer, you fucking freak? Hoy es mi día libre, Frank, contestaba Adamski con frialdad alienígena. Who told you there´s a fucking day off in the fucking life? Cállate, morón blasfemo! se alteraba Kyle, a punto de lanzarle la espesa Biblia en la cabeza a Frank. George, intervenía Harry, deberías escribir un libro.
En junio, cuando el calor llenaba de gotas de sudor la plancha en la que siseaba la carne, George Adamski soltó la espátula grasosa. Se limpió las manos hechas un asco y se marchó. Where´re you going motherfucker!? gritó el dueño del puesto de hamburguesas. El Professor se marchó a casa. A fin de año salió a la calle su primer libro. Su rostro apareció en la televisión. Allí relató sus experiencias y reveló sus secretos: había estado dentro de una nave. Jane sonrió con un dejo de tristeza. No nos había dicho nada, murmuró para sí misma. El miércoles siguiente, luego de la entrevista televisada, Jane fue al desierto. Ella tenía que hacer contacto. Al rato llegó Kyle, con los ojos inyectados de sangre. Había estado llorando. Se saludaron y luego miraron al cielo durante largo rato. Había cientos de estrellas en el firmamento. Miles, quizás.
El viernes una pareja furtiva encontró el cadáver de una mujer en el desierto. No tenía rastros de violencia. Kyle, sin su Biblia, estaba sentado en una esquina de BBQ Burger cuando llegó la policía. Ah, ya llegaron, expresó apacible. Fueron ellos, aclaró.
Por meses nadie supo de Harry. De hecho, aún hoy no se sabe nada. Kyle alegó siempre su inocencia. Estuvo tres semanas en una celda. El sheriff quería acusarlo de asesinato. Tuvo que dejarlo ir. Ahí está de nuevo, en la esquina del puesto. Jane parecía haber muerto de causas naturales pero había pruebas circunstanciales de que...where´s my fucking beer you fucking idiot!?
Un forastero entra al puesto de hamburguesas con un libro. Es el segundo que publica Professor Adamski. Pero él ya no trabaja aquí.
Ilustración Sin título, Héctor Arce Espasas, 2004.
lunes, noviembre 07, 2005
Te estaño
Edgar Allan Poe
Se ha escrito mucho encima de su cuerpo
Sobre el cuerpo de la bella amante muerta
La idealizó el maestro
mientras tomaba ajenjo
Han hecho crucigramas en su rostro lánguido
Y se ha usado su sangre como tinta
profanando aquella sombría palidez etérea
Cada ver es un lío de ideas melancólicas
más que de palabras,
pero el cadáver
ya perdió el esmalte de su carne
La tienen llena de garabatos
Es un cuerpo-borrador escrito hasta
en las axilas y detrás de las rodillas,
casi mutilado.
Floto sobre este cuerpo y lo observo
como si fuese el mío.
Tomo un trozo de carbón y medito,
lo escribo, no,
no lo escribo,
y lo escribo para admitir el desmito:
nada se esfuma
todo se oxida
domingo, noviembre 06, 2005
Usted, ermitaño
la cortina estremecida,
ese papel revolado
y la soledad frustrada
entre ella y tú por el viento?
Far West, PEDRO SALINAS
Si suponemos que en el medio del lago hay una plataforma flotante de madera y que allí llegó nadando una mujer, tomando todas las precauciones necesarias para que no se le humedeciesen las yemas de los dedos, podemos dar por sentado que esa mujer también lleva consigo una libreta y un lápiz.
Una vez estipuladas estas condiciones, cabe pensar en el resto de la fauna que rodea el lago. Se ha probado que las cigarras se alimentan de otros insectos eternamente rojos, pero mudos, con diez patas, cinco a cada lado. También habitan en los alrededores unas cuantas especies de mamíferos que se comen entre sí, siendo éstos de tamaños similares, estando al final de la cadena alimentaria los insectos eternamente rojos y las semillas de los árboles que circundan el lago. Teniendo clara la existencia de flora, dígase cedros y pinos, es pertinente destacar la edificación de ciertas estructuras humanas cerca del lago, como usted y yo sabemos, vacías.
Sé que debe estar preguntándose si soy yo la mujer que llegó nadando a la plataforma de madera en medio del lago. Eso, audaz ermitaño, es obvio. Sin embargo, no se preocupe, no haré mella en su falta de juicio. He llegado hasta aquí por dos razones: para estar sin usted y para que le sea imposible rastrear mis pisadas, porque nadando no se dejan huellas.
Hay una tercera razón, quizá más importante que las anteriores, por eso no la junto con aquéllas. Cuando una mujer llega nadando a la plataforma flotante en medio del lago, las cigarras macho lo interpretan como un fenómeno de la naturaleza, una especie de eclipse. Así que todas a la misma vez activan el aparato en sus lomos que emite el zumbido infinito con tal ímpetu que consiguen interpretar las partes que le corresponderían al cíclope en una opera inglesa pastoril, para ser más específica, Acis and Galatea de John Gay.
Consideremos que las vibraciones transformadas en la voz de la bestia mecen los risos de la mujer ensordecedoramente. La mujer en la plataforma en medio del lago yace acostada y cada vibración acústica de cigarra penetra en su piel como un beso de cíclope, mientras las cigarras macho en pleno verano emiten ese sonido turbulento y avasallador.
Usted, ermitaño, ¿cuánto sabe de hemípteros? ¿Sabe lo que va a ocurrir? Supongamos que sabe que la mujer llegó al medio del lago huyéndole, pero que en el medio del lago es donde más cerca se siente de usted. ¿Es usted un cíclope? ¿Es usted un personaje de una opera pastoril? ¿Es usted el zumbido de las cigarras infinitas?
El lector sabe que las cigarras que emiten todas a coro un zumbido como un cíclope están prontas a morir y, cuando esto ocurre, está probado que toda el agua del lago se evapora. Cabe suponer que, por intuición, la mujer se dejará comer por el último ermitaño.