martes, junio 23, 2009

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Fragmentos de ¿Para qué la lírica hoy?

Hilde Domin (Alemania, 1909-2006)
En El poeta y su trabajo/16
Traductor Juan Fabers


El peligro se llama “cosificación”, metamorfosis en cosa, en algo manipulable: pérdida de nosotros mismos. 

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El lírico ofrece algo a los hombres que no sirve a su vez sólo de preparación para otra cosa: lo “inútil” y al mismo tiempo “irrenunciable”, como lo hemos definido, lo que en verdad importa. 

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El lírico mismo no es un ejemplo: él hace visible lo ejemplar en el caso singular: su “modelo”, su necesidad interna.

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El poeta es una abreviatura de la humanidad, dicho con la última formulación la de Lukács.

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De ahí que el autoencuentro del lírico es a la vez único y modelo del encuentro en general: con los otros, con la realidad. Momento de irrecuperable, tiempo fuera del tiempo.

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La comunicación de lo no –o apenas—comunicable: ésta es, pues, la tarea del lírico. Pero cuando es utilizado, ya no es “su” poema. Ya no se trata de su autoencuentro, sino del autoencuentro con los otros, a quienes el poema ayuda para ello: se trata del encuentro de estos otros con sus propia experiencia. 

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La experiencia nominada se enfrenta al hombre como algo objetivo y se realiza de modo nuevo: como lo más propio que sin embargo acontece a los otros, que lo une con la humanidad en vez de separarlo. 

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Para el autor es natural, el poema sigue siendo una parte de su biografía, como el momento de la suprema identidad consigo mismo que es, al mismo tiempo, la suprema autodesposición; para cada uno sigue siendo una parte de la vida vivida (eso vale para el lector y para el autor, para todos, aunque también el autor podría leerlo alguna vez de manera nueva y sorprendente). 

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El poema no es retrovertible a la circunstancia vital llena de casualidades de cuya separación precisamente surgió.

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El poema es un artículo de uso de tipo particular. Se utiliza, pero no se consume como otros artículos de uso, en los que todo utilizar encierra en sí el consumo y el agotamiento. Al contrario es una de aquellas cosas que como el cuerpo de los amantes florecen y crecen propiamente en la no conservación. Experiencias configuradas nuevamente, asociaciones que devienen disponibles incremental al poema incesantemente y lo multiplican, lo profundizan y lo amplían. según las necesidades de sus usuarios. 

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Así como no se puede designar el poema como un objeto de uso cotidiano, sino que es un objeto completamente especial, así tampoco se lo puede designar como máquina, tal como ocurre con frecuencia. En último caso se podría comparar con un Perpetuum Mobile. La máquina no tiene ningún movimiento en sí, está liberada a alguien que le da vida. Pero el poema, la “realidad más real” configurada, tiene un movimiento propio: éste se mantiene, en principio, ilimitadamente. No es previsible si o cuándo y por cuánto tiempo es activo: después de siglos puede volverse súbitamente virulento. (Nota al calce 9)

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De ahí que el poema sea un “artículo mágico de uso”, algo así como un zapato que se acomoda a cada pie, sin el que no podría seguir el camino hacia lo intransitable, el camino hacia aquellos momentos en los que el hombre es realmente idéntico consigo mismo. 

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Hay que decir hasta la saciedad que el arte vive del valor. Pero sobre todo la poesía que no puede disculparse, sino que tiene que inmiscuirse. 

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El camino inverso no es camino. “Quería hablar por todos y no pude hablar por mí”, lamenta uno de nuestros líricos más jóvenes, y esta experiencia, a su vez, esta queja muy personal se convierte inmediatamente en algo paradigmático: apenas la ha expresado, apenas ha renunciado a hablar por los otros, y ya habla también por ellos. Esa es la dialéctica interior de la poesía en la que no hay nada sin su contraparte, y en la que no se puede “querer” nada y no se debe renunciar a todo, excepto al valor para la veracidad. 

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Pues el lírico no puede permitirse timidez, no puede acomodarse a las expectaciones ni negar ni castrar su experiencia (sus “sueños” son parte de esta experiencia). Tiene que tener oídos sordos para la palabra dicha al oído “neutral”.

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El hombre mismo no puede ni debe ser neutral, no es un objeto de objetos. No es ningún sillar que se puede utilizar a voluntad. Aquí tenemos, de modo plenamente concreto, la amenaza que “nadie refiere a sí mismo”, la cosificación. Es una de sus muchas formas. El hombre debe negarse a ser “conformista de antemano” por el camino de su transformación en aparato. La palabra “neutral” no tiene aplicación alguna en lo humano. Y mucho menos en el arte. Y absolutamente nada en la lírica. La lírica es lo antineutral por excelencia. 


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