martes, junio 23, 2009





Lo que dice Eielson en las notas al calce: poesía y anonimato
En La pasión según Sologuren
Jorge Eduardo Eielson, Perú (1924-2006)


Mi sincero y viejo amor al anonimato no creo que pueda ser desmentido por algunas apariciones a través de los mass-media limeños, latinoamericanos o, más raramente, europeos. Sucede simplemente que una parte de mi existencia, la más frágil y vulnerable, no puede prescindir de su sustento. Aparecer de vez en cuando—como el lobo deja su guarida para buscar alimento—es la única concesión que me permito para poder proseguir mi trabajo. Admiro demasiado a los tejedores de Paracas, Huari o Chancay, o a los ceramistas de Nazca y Chapín, a los escultores Gabón, Baulé o Senufo, a los primitivos sieneses, a los calígrafos zen, a los escultores cicládicos, dóricos y olmeca, a los arquitectos egipcios, a los artistas de Altamira y de Lascaux, a los pintores mayas, chinos o etruscos, porque creo que es sobre todo a ellos que les debemos lo que somos, o sea a nuestros anónimos ancestros, a quienes plasmaron para siempre nuestra verdadera identidad. Es con el auge, cada vez mayor, del culto a la personalidad (que nace sobre todo en Grecia y se difunde en el Renacimiento), al nombre, a la firma, al autor, que comienza la declinación de la creatividad en las artes propiamente dichas. Y si a esta declinación agregamos la más completa comercialización de los objetos artísticos que registra la historia, obra de la sociedad capitalista avanzada, bien se puede decir que la muerte del arte-preconizada por Hegel y sus seguidores-está ya en acto. Las ideas de Walter Benjamín acerca de la difusión-o disolución, de la sensibilidad estética en el ámbito social (arquitectura, design, moda, publicidad, etc.) que sería otra forma, más benigna de la “muerte del arte”, desgraciadamente se han revelado, si no erróneas, imprecisas. En efecto la crisis del design y de la arquitectura contemporánea—que son las columnas mayores de dicha postura— no han hecho sino acelerar un proceso que parece irreversible. En esta situación, defender el anonimato, aunque sea parcialmente, puede ser una modesta contribución a favor del arte, de la poesía, de la verdadera imagen del hombre, antes de su definitiva alienación.


La imagen la tomé prestada del blog de Roberto Orihuela: aquí

2 comentarios:

  1. Anónimos con voz y obra, lo más puros posible. No es fácil. Ni tan difícil. Importa la obra, los actos, la lucidez, no el nombre, que siempre corrompe.

    ResponderBorrar
  2. María, qué bueno pasar por acá y leerte, un gustazo total. un beso grande

    ResponderBorrar

palabréame