miércoles, julio 28, 2010

Si por alguna razón extraña

Si por alguna razón extraña, digamos, después de un mes en el camino danzando de lugar en lugar, digamos, en ruta aleatoriamente morisca y árabe, habiendo ido de Sevilla a Cádiz, de Cádiz a Granada, de Granada a Gibraltar, de Gibraltar a Tanger, a Chefchaouen, a Fez, a Casablanca; si acaso y sin motivo aparente, es decir, digamos, gracias un poco al azar y un poco a algo cercano a lo que tú quieres, desembocas en el centro mismo de Marrakech, sí, en la plaza más grande del África desde que a alguien se le ocurrió llamar plazas a las plazas, no titubees un solo segundo ante el trajín, no pares ante las carrozas ni los caballos que las arrastran, no te intimides ante los mercaderes caminantes ni te dobles por los gritos provenientes de los puestos, no te detengas ante las motos desenfrenadas o los taxis, esos Mercedes Benz blancos del setenta con siete personas a bordo y una haciendo la parada a alta velocidad, no te interiorices, no tropieces encima de las mujeres que hacen tatuajes de jena en dos minutos, no te inmutes ante las luces interminables ni el olor de los puestos de comida, el olor del ámbar en la piel, las esencias, el humo, el regateo, las serpientes encantadas, las llamas de los malabaristas argelinos, las espadas tunecinas, los trajes bereber teñidos del polvo del Sahara Occidental y el Gran Atlas, los cuarenta y cuatro grados de las diez de la noche y el aire quemante que da vueltas, no preguntes cómo es que las burcas negras han sido vestidas todos los días en ese cuadrángulo desde el setecientos después de cristo. Deja que las miles de personas que te rodean te hagan compañía, deja que el canto de la mezquita adormezca tu inquietud. Porque nadie sabe bien a bien qué pasaría si te detienes una sola vez antes de dar el paso para no ser atropellado, pero la probabilidad se inclina a que causes un accidente, un accidente fundamental, el más fundamental de los accidentes desde que a alguien se le ocurrió llamar accidentes a los accidentes; empezarías por tirar a ese motociclista que partía sin más el centro de la plaza en diagonal, a ello le seguiría un caballo caído por su peso incontrolable, ese peso que catapultaría un carruaje haciendo volar a tres tripulantes, cada uno aterrizando sobre las mujeres que tatúan en jena, y ya con éstas mujeres enojadas y el grueso de la gente cayendo al suelo en reacción en cadena (las espadas clavándose en los vientres, las llamas ardiendo en las ropas, las burcas arrebatadas a sus cuerpos, las serpientes rabiosas por el desencanto) todo sería muy claro: de un momento a otro los mercaderes partirían a fundar otras plazas esquivando los miles en el suelo; o más, quizá (como en los más delirantes pronósticos ante el lanzamiento del Gran Colisionador de Hadrones –el más grande acelerador de partículas que ha visto el universo–) por fin el tiempo comience a andar en dirección contraria y veas pasar días años y siglos ante tus ojos impávidos hasta llegar a ese momento en que a alguien se le ocurrió llamar plazas a las plazas; o más, quizá el accidente sea todavía más fundamental y sigas corriendo hacia el origen incierto de todas las cosas y veas la involución del ser humano y de la vida, el África deformándose en la Pangea, la Tierra volviendo a la Nebulosa Protosolar como meteorito estallado, la Vía Láctea fusionándose en una masa aglutinadora de galaxias hasta el pasado primero; o más, ¿qué más si siguieras en este accidente por las eternidades sólo por parar un segundo a permitir, según tu entender errado, el paso de un par de dromedarios? No. Si por alguna razón extraña te encuentras en la plaza Djemaa el Fna de Marrakech, en el corazón del Imperio Marruecos desde su primera dinastía, piérdete en su ritmo como si ninguna de tus cosas estuviera en tus manos nunca más, deja que la plaza gire sobre sí y olvídate de ti, olvídate de todo, haz un gran despojo, deja que los miles, así sin más nada, te hagan compañía. Tanto siempre ha dependido de ello, eso que los griegos solían llamar logos, el orden, el único orden, el del esquema mayor, un orden de extensión universal con el que ni tú, ni yo, ni ningún otro caminante debe interferir jamás. Porque todo lo que ha sucedido y sucederá en Djemaa el Fna es una cosa de suerte y azar que, por más inconcebible que te parezca, no puede acontecer de otro modo.

Texto, Moisés Vaca
Fotos, Moisés Vaca y Mara Pastor



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