¡Qué cosa más dulce, el coito! Incluso humano, incluso aprovechando el cuerpo de la mujer, ¡qué voluptuosidad seráfica y cercana! El cielo al alcance de la tierra, no tan bello como la tierra. Un paraíso encastrado en sus uñas.
...
Qué claro es el coito, qué claro el pecado. Tan claro. Qué gérmenes, qué dulces esas flores con el sexo extasiado, qué voraces las cabezas del placer, como el placer derrama sus adormideras de sonidos, sus adormideras de día, y de música, al vuelo, como un arrancamiento magnético de aves. El placer forma una música filosa y mística sobre el filo de un sueño afilado. ¡Oh! ¡Ese sueño donde el amor consciente en abrir sus ojos una vez más! Sí, Eloísa, en ti marcho con toda mi filosofía, en ti abandono los ornamentos, y en su lugar te doy los hombres, cuyo espíritu tiembla y resplandece en ti. Qué el espíritu se admire, puesto que la mujer finalmente admira a Abelardo. Deja surgir esa espuma de radiantes y profundas paredes. Los árboles. La vegetación de Atila.
...
Abelardo se cortó las manos. En adelante qué sinfonía iguala ese atroz beso de papel.