Les presento a Porfirio. ¿Recuerdan lo que alguna vez les dije sobre las tortugas? Pues bien. Siempre he sido un poco cruel con las mascotas, de un modo muy tierno debo señalar. No me las como, por ejemplo. Aunque es lindo observarlas, tenerlas a mi alcance.
Fui hace poco al Chinatown de Chicago y en la vitrina de una tienda de souvenirs, estaba Porfirio encaramao en otro de su especie.
Un niño como un pequeño jugador de sumo era el encargado de las tortugas acuáticas de orejas rojas, mejor conocidas en las élites como Trachemys Scripta Elegans. La abuela del niño no hablaba inglés, y el niño era el intérprete. Le preguntamos que cómo sabíamos si era hembra o macho. La abuela agarró la pecera, miró por debajo a la tortuga y concluyó: Me! Me! Queriéndonos decir, por supuesto, que era hembra.
Mi roommate quería una tortuga (hasta le tenía el nombre seleccionado: Porfirio Díaz, para que tenga una vida muy larga) pero en el pueblo en el que vivimos, a hora y media de Chicago, las tortugas no son legales, o mejor dicho, son ilegales. Faltaba poco para su cumpleaños. Sólo teníamos que cruzar (la tortuga incluida) la frontera estatal en el tren, y atravesar el truculento y emblemático Gary.
Desde entonces, Porfirio es el nuevo compañero de Perpetuo Socorro, el pez betta, que tengo casi amaestrado para que salte y tome la comida de mi dedo, como delfín.
Lo último de Mister Díaz es que en vez de usar su coco como cueva se nos trepa en el coco el contrallao. No sabemos cómo. Nunca lo vemos mientras sube sino que lo mangamos trepao. Aquí la prueba.