Ilustración de Juan Carlos Mestre (Agua tinta). |
Hay un niño escondido dentro de un bote.
Tiene el pelo como el Principito pero ha explotado las pisadas de un puñado de
cachorros. Ha hecho llorar a las niñas de los buenos vecindarios. El niño
naufraga de todo. Se llena el interior de la barquita con su propia sangre como
de la herida de su madre que lo defiende con la boca destrozada. El niño llora
la muerte de su hermano y se pregunta la diferencia entre el dolor y el
dolor. En el interior de la barca su
capucha es una escafandra que lo sumerge en la profunda luminiscencia de lo
vasto. El niño se ve niño siguiendo al hermano a comprar dedos de novia. Calla
el niño dentro del bote y suplica porque Sherezada distraiga a todos los
periodistas a las afueras del navío encallado. El bote es una tumba. Encierra
el calor que percibe el helicóptero con sus ojos infrarrojos como un buitre al
acecho. Arrasado por tanto amor y tanto odio, siguiendo el rastro de la sangre
del hermano, te imagino niño queriendo morir en la camilla fría de un hospital
público custodiada por monstruos marinos.
Yo hubiese querido ser un principito, un monstruo marino, un pastor.
ResponderBorrar¡Qué hermoso este poema, Mara!
Que "todo encuentro casual es una cita", dice el Dr. Fritz que cuenta el Dr. Freud. La de hoy, en Etiopía, quedará registrada en calidad de mitosis humanoide en mi bitácora.
Qué bueno que traes verdor en las uñas.
El verde cura que te cura.