domingo, abril 21, 2013

 
Ilustración de Juan Carlos Mestre (Agua tinta).

Hay un niño escondido dentro de un bote. Tiene el pelo como el Principito pero ha explotado las pisadas de un puñado de cachorros. Ha hecho llorar a las niñas de los buenos vecindarios. El niño naufraga de todo. Se llena el interior de la barquita con su propia sangre como de la herida de su madre que lo defiende con la boca destrozada. El niño llora la muerte de su hermano y se pregunta la diferencia entre el dolor y el dolor.  En el interior de la barca su capucha es una escafandra que lo sumerge en la profunda luminiscencia de lo vasto. El niño se ve niño siguiendo al hermano a comprar dedos de novia. Calla el niño dentro del bote y suplica porque Sherezada distraiga a todos los periodistas a las afueras del navío encallado. El bote es una tumba. Encierra el calor que percibe el helicóptero con sus ojos infrarrojos como un buitre al acecho. Arrasado por tanto amor y tanto odio, siguiendo el rastro de la sangre del hermano, te imagino niño queriendo morir en la camilla fría de un hospital público custodiada por monstruos marinos.

1 comentario:

  1. Anónimo10:21 p.m.

    Yo hubiese querido ser un principito, un monstruo marino, un pastor.

    ¡Qué hermoso este poema, Mara!

    Que "todo encuentro casual es una cita", dice el Dr. Fritz que cuenta el Dr. Freud. La de hoy, en Etiopía, quedará registrada en calidad de mitosis humanoide en mi bitácora.

    Qué bueno que traes verdor en las uñas.

    El verde cura que te cura.

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