Adiós
Le dije que creía
en Dios y se asustó. Le dije que había sido
criada en la
iglesia protestante.
Ella me preguntó
que si ya se me había pasado. “El qué”,
le respondí. “You
don’t really believe, right?” Y yo le respondí con un
“hell yeah, I
believe”. Me miró como si hubiera visto
al demonio.
Sonreí. Los ateos a
veces pecan de cobardes.
India criada en
Nueva York. Me hablaba de reencarnación
y hacía círculos
con las manos. Descreía de todo.
“Soy un sujeto político”,
decía orgullosa. “Soy un sujeto
construido desde la
política”, y movía las manos, ya no en
círculos, sino como
si estuviera echándose fresco. Yo la miraba
y pensaba en lo
bonito de sus ojos tan oscuros, tan llenos de
ceniza, de ruina,
de viaje.
Yo quise
escandalizarla. Quise hablarle de la vida,
de lo eterno, de la
fe, de los granos de mostaza, del odio,
de las guerras, de
las plagas, de la poesía, del mar, del mar,
del mar.
Ella se levantó
entre enojado y decepcionada. Se llevó
el refresco que se
estaba tomando en la mano, y me dijo que
adiós.
Adiós.
Yo la vi, hermosa y marrón, dispuesta a seguir descreyendo.
De mí y de todos.
Fue ahí cuando la quise mucho.
Sus piernas eran dos hilos que hacían temblar el universo.
Me quedé sola, mirándola mientras se iba.
Repitiendo con necedad la palabra
Mar.
Ficción de Venado, Margarita Pintado.
La secta de los perros, 2012.
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