Nos encontramos en frente de la sala para entrar a las ruinas del Partenón, en el Templo de las Nereidas, dejándome seducir por las sirenas marinas, pensando y ¿cómo se trajeron el templo completo hasta acá? ¿y por qué no cantaron y sedujeron a los conquistadores como a los marinos? Entramos a la sala del Partenón después de un largo abrazo. Eran las cinco de la tarde y había anochecido. La iluminación sobre los frisos favorecía a los antiguos y sublimaba nuestra mirada. La ruina del friso del ala este le pertenecía a Dionisio, de quien ahora quedaba la ruina del exceso que lo caracteriza, un ala de piedra.
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