Úrsula no se pinta a menudo los labios, sino que se los moja en saliva. Para Helena, en cambio, el chasptick es una extensión de su mano. Amarga se unta miel roja, para las úlceras.
-Compramos unos relojes que no sabemos usar-, les contó Helena a sus vecinas. El otro día, Tristán y yo los pusimos en hora a la vez. Fijamos la alarma para eso de las seis de la mañana. Cuando sonó, levanté a Tristán y a la niña, nos vestimos y arreglamos y, al encender la computadora para revisar la temperatuta (no entendemos cómo sucedió), eran las cuatro de la mañana.
Helena miró por la ventana. Estaba sentada en la mesa del comedor, entre ella y la ventana había un florero con margaritas púrpuras, una toronja y tres ceniceros. Amarga y Úrsula, las vecinas de Helena, tenían una plaga de ratones en un armario trasero de la casa. Tras extensas investigaciones de campo, habían elaborado una teoría radactada en capítulos de cómo exterminar a los roedores. El secreto era la mantequilla de maní.
Entonces, qué hicieron, le preguntó Úrsula a Helena, que se enrroscaba en los dedos de la mano izquierda los extremos de la bandana que llevaba puesta, y con los de la derecha se llevaba un cigarillo a la boca. Amarga chasqueba con la punta del pie las losetas grises mientras pensaba en revisar que no hubiera caído en alguna de las trampas otro ratón.
Nos volvimos a acostar, contestó Helena. Pensaba continuar con los detalles, cuando de repente, Amarga se aclaró la garganta y dijo: “La mantequilla de maní no es suficiente”. ¿Cómo dices?, preguntó Úrsula a Helena para retomar la conversación. Amarga y Úrsula llevaban meses discutiendo detalles sobre la aniquilación de los múridos. La última conversación al respecto fue algo similar a ésta:
Úrsula- El género Mus.
Amarga-¿Cómo?
Úrsula-Los ratones pertenecen al género Mus.
Amarga-Estoy cocinando.
Úrsula- Ah, disculpa, pero ahí está la clave.
Amarga-Pélame esta cebolla.
Úrsula, Amarga, Úrsula, Amarga y de vez en cuando Helena. Úrsula añadió: “Hay que untarle mantequilla de maní al salami”.